23.7.05

Una idea para un cortometraje

Tenés una flor azul en la mano y te da por caminar, por primera vez en mucho tiempo, con la mente totalmente en blanco. Y todo de pronto es más lento. Entonces mirás a la gente de la acera y escuchás sus conversaciones. Saboreas la dulzura de los chismes que van contando, del chiste de la otra noche, de las ocurrencias en la mesa de tragos del hermano de fulano y el nuevo novio de Menganita. Pero vos llevás una florcilla azul en tu mano.
¡Y qué problema para el mundo se hace una flor azul! Si la gente se molestara en observarla podrían pasar años de años que rara vez verán a un tipo como vos con una flor en la mano izquierda como gesto de despreocupación en el rostro. Sí, despreocupado y distraído. Como un baboso que sale a la calle con la mente bien guardada debajo del colchón. Porque así como vas, dejarías perdida la cabeza si no la tuvieras pegada al cuello. Y tenés una flor pintada de azul en la mano... y todos, pero todos tus colegas peatones llevan algo poco importante en la mano. Y que cosa más curiosa, una cartera, un celular, la correa de un perro, cuadernos y libros... pero, ¿porque no llevan un peine? ¿O un globo de colores? ¿Un papalote? Y a vos no se te puede ocurrir algo más fundamental para la existencia del ser humano o para su equilibro emocional que lleven una tontería de esas en la mano. Y a vos que te da por hablar solo cuando nadie te mira (¿o escucha?). Costumbre que es de familia, sobretodo por estar siempre tan solo, te decís entre murmullos.
La chavala de la blusa escotada que te pasa de lado mira sin querer la flor y te da miedo que te la arrebate y salga corriendo. El tipo que apesta a guaro espera que le pases para decir que a el también le gustaría tener una flor como la tuya.
Si viajas en bus, al puro atardecer, la flor parece ser más azul. Tenés que hablar de ella desesperadamente. A tu profe de la U que se sentó a tu lado: “Mire Doña Ivonne esta flor se llama así, así y asa...” pero, no sabés ni pío de lo que estarías diciendo y no te gusta hacerte pasar por uno de esos tipos que presumen de conocer lo que en verdad no tienen ni la menor idea de lo que hablan. Contristado posás tus ojos en la ventana sucia del bus. Mirás a la gente de la panadería, a las colegialas, a la doñita que apenas camina, al vendedor de lotería, pero en realidad no los ves, la mente no te lo permite, para vos la gente ya no existe más. Al pasar por el parque de Guadalupe, ves ese espacio tibiamente iluminado y te morís de las ganas de estar rellenando ese vacío, alguien debe estar ahí, porque está como sacada de una escena de un sueño, de esos que se olvidan al despertar.
¿Te das cuenta? Todo se cobija bajo un manto de música, guiada por el terrible dilema existencial que es traer a tu casa una flor azul. Te da miedo meterla en medio de tu libro. Te da miedo meterla en el bulto, hasta desconfías de tus capacidades de poder llevarla en la mano. Es que te sentís obligado a llevarla sin que le pase absolutamente nada. Te han regalado el órgano reproductor del mundo y vos feliz cuando la recibiste, ella sonriente y casi sin darse cuenta de lo que hacía. Vos te quedabas como un baboso sonriendo y pensando que era la primera vez que alguien te regalaba una flor. Una flor, ¡tamaño responsabilidad y compromiso te acaban de dar! Ahora estás en el punto en que no sabés si inventarte una sonrisa de oreja a oreja o desbordarte en un prolongado llanto de carajillo. Porque si supieras algo de botánica le das su nombre a la flor y se acabaron tus preocupaciones. Ya tus alrededores se ponen como si fueran en cámara lenta. Los de carros en el cruce dejan de ser eso, carros. Ahora son siluetas de bestias mansas en donde pares ojos medio cerrados iluminan la forma de una filita bien hecha.
Girás la flor por el tallo, le tocás los pétalos como si le acariciaras los senos a una mujer, la olfateás hasta llenarte el cerebro de su aroma, te tratás de imaginar algún otro bruto en Pekín con una flor roja con el mismo problema, o uno en Nueva York, ojala en el metro, con una flor amarilla, los dos imaginándose entre sí y, quizá, imaginándote a vos. Te pensás como producto de sus ideas, prisionero de angustias ajenas. ¡Que cagada! Ahora sí que te jodiste.
Llegás a Heredia y ahora a caminar a casa. Ahora si te inundás la cabeza de pensamientos. Antes te sentías insignificante y de pronto una flor en tu mano. Se fue al carajo tu anonimato, ahora eres un falso con una flor, de sonrisa falsa, de cabello falso, de ojos falsos, de ropa falsa, con una flor falsa. La mueca de tu cara es una expresión clara de nerviosismo, porque recordás al infierno de Cortázar en un reloj de pulsera, a tus amigo de trabajo que se ofuscan todos pues no saben en que emplear el tiempo libre cuando les llega.
La flor tiene un significado, es una señal de los conflictos que adornan tu vida, todos los polos posibles en la palma de tu mano: ceder al psicoanálisis o Feng Shui, una taza de café o una buena película, boxers or briefs...
Te urge que la vea tu mamá, que se ponga los anteojos en la punta de la nariz y te diga: ¡Que bonita!, ¿quien te la dio? O que Miguel tu hermano te vea entrar y extrañado diga: Que varas de mae. Te enamoraste de la flor, cayendo de cuenta que esa va ser tu única amiga, quizá lo única belleza en tu vida la vas a poner en un vasito de agua (el de Hugo, Paco y Luis) y la pondrás en el espejo para que se marchite a los pocos días. Vos a tu cuarto a llorar como nunca, a llorar como siempre…

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